domingo, 13 de marzo de 2016

Sicario



Sicario.



Te aterra la vista, del cielo al caer la tarde,
La imagen que forman las nubes naranjas y el sol,
Da vueltas la tierra y la noche cobarde,
Sumerge tu mente de nuevo en el esquivo alcohol.

La memoria, puede ser tu peor destino,
Cuando ya te has fumado la suerte y todo el dolor,
Quieres ver la luz al final del camino,
Sin mirar el desastre que dejas a tu alrededor.

Elegiste bailar dentro del gran remolino,
¿Dónde vas tan deprisa?, ¿acaso te vas a esconder?,
El tic tac es ahora el más cruel asesino,
¿Es tu oído o el ruido constante vuelve a suceder?

Le quitaste sin pena el sonido y el canto a tantos latidos,
Creíste que el humo del arma hacia juego con vos,
Y ahora el ángel de tu consciencia ya no quiere ser más tu amigo,
Ya no puedes buscarlo, si ya no escuchas su voz.

sábado, 27 de febrero de 2016

LA EXTRAÑA CICATRIZ DEL ROCK AND ROLL.




Se liberan cuatro estrofas prisioneras,
 De la mente más brillante y afilada,
 Y se transforman en susurro casi audible,
De unas notas que ahí estaban de pasada.

La guitarra corta en dos la soledad,
Reflejando la luz del viejo farol,
Ya no es tan oscura esa oscuridad,
Le picó la cicatriz del rock and roll.

Un grito corto, una nota, una zapada,
Ahora está de pie al lado del sillón,
La chimenea ya casi no es necesaria,
Todo se enciende al calor de esa canción.

Rasca y rasca y las letras se desangran,
Se desarma la guitarra con su voz,
Y todas esas viejas heridas sanan,

Es la extraña cicatriz del rock and roll.

Daniela.

Daniela.

Un relámpago atravesó el cielo,
Casi dividiéndolo en dos,
El estruendo inició mi desvelo,
Y fue imposible, no pensar en vos.

Angelito divino, que susto tendrás,
Buscando refugio en tu almohada,
O con la música muy alta quizás,
Fingiendo no escuchar más nada.

Algo esconden tus lindos ojos,
Cuando tiernamente bajas la mirada,
La inocencia rompe el cerrojo,
Liberando la sonrisa que faltaba.

Algo tímida primero, luego tu amor revela,
La pureza de tu alma, sin intenciones,
Así te conocimos pequeña Daniela,

Así ganaste nuestros corazones.

A veces


A veces pienso, que esta locura,
 fue parte de mi cordura mayor,
 o por lo menos resultó ser una cura,
 para el dolor, este dolor.

A veces creo, que tus mariposas no se murieron,
 que están dormidas en algún rincón oscuro,
 de tu estomago o de tu corazón

Y ahora entiendo
 que si no logro rescatarte de la pena y el dolor,
que si no logro que te metas en mi cama hoy,
 me iré con vos, seguro amor.

Por eso intento resistir esta distancia,
 estos tiempos de ausencia y aflicción,
no es por robar tu historia llena de elegancia,
 es para liberarte del vacío de tu habitación.

Ahora quiero, recuperar la fórmula de la pasión,
El alma que había en tus ojos negros,
Y esa sonrisa que me llena de emoción,

O me muero, o me muero entonces con vos 

Diario Darío.

Diario Darío.

Seis cuerdas, poco equipaje y mi voz,
Me voy cantando todo, es lo que soy,
Viviendo en el camino de lo bueno y lo feroz,
Sintiendo que el mañana, solo es hoy.

No olvidaré de donde vengo, me hice allá,
No pensaré a donde voy, siempre es igual,
Nada me pertenece, solo el aplauso que hará,
Que el grandioso sueño de arte, sea real.

Y aquí estaré aunque me haya ido,
Si me ves algo perdido, te diré
Que tal vez no has comprendido,
Yo salí a buscarme un poco, y me encontré.

Otro extraño será amigo, mientras cante,
En un escenario, un bar o en la avenida,
Te agradezco por estar, por el aguante,
Dejáme desearte siempre…buena vida.


Al amigo Dario Heartnett

Resplandor.


A lo lejos se puede oír la banda, ensayando una marcha militar acelerada, dispar; no sé si eso me despertó, o el reflejo del sol que da en la pared blanquecina y sucia. Tanto tiempo sin ver el sol, para tener que apreciarlo de esta manera, de rebote; ni su calor puedo sentir.
Cedo a la necesidad de escupir a un lado, mi boca está llena de esta saliva pegajosa, llevo tres días aquí, sin oportunidad de higienizarme, al menos ya no siento la comezón en el cuerpo, será que me acostumbré a esta suciedad, como mis pies se acostumbraron al frío, que cala dentro de las botas sin cordones, intento mover los pies y recién caigo en la cuenta de que ya no los siento, seguramente están congelados, ahora el dolor y las punzadas se trasladaron a mis manos, no soporto el tormento de este clima inhóspito, estoy  aterido, y los golpes que recibí de manos de ese gigante y sus acólitos oscuros, parecen cerrarse y abrirse una y otra vez, dejando correr un hilo de sangre que resbala por mi rostro, recordándome donde esta cada herida.
No, hoy no quiero recapitular como llegué aquí, hoy no.
Oigo a través de la pequeña ventana a mis espaldas, el golpe sordo de los pasos contra el suelo nevado, se mezclan acompasados con el ruido de los metales de las armas, y sospecho que son los soldados que se dirigen al cambio de guardia. La hora se acerca, pensé que estaría resignado, pero el terror no me deja respirar con normalidad. Si solo pudiera entender lo que dicen, si volviera al menos un minuto aquel guardián, que trabó y destrabó su lengua como pudo, para anunciarme el destino, apenas inteligible, mezclando su idioma con el mío, balbuceando la agenda de este día.
Tengo esta visión de revoluciones perdidas, de causas que buscan apoyarse en la estructura de una moral, que creí correcta, justa, y que hoy me tiene abandonado y postrado a la espera del final. Tal vez si no hubiese esperado a que las linternas se fueran, si hubiera puesto mis piernas en movimiento, en vez de acurrucarme al pie de ese árbol. Otra vez estoy haciendo esto, a pesar de que me lo prohíbo, encuentro siempre la puerta para entrar a la sala de análisis en mi cabeza, allí donde no hago más que repetirme y arrepentirme de lo que hice mal y de lo que debí haber hecho; ya basta, ya no quiero pensar.
De repente logro ver al centinela bilingüe, él no es como los otros; que parecen cancerberos furiosos, que me insultan sin razón, pues no comprendo lo que dicen, alguno hasta orinó en dirección a la celda, como si en ese lejano acto, me ultrajara. Él no, él hasta tenía cierta muesca de lástima en el rostro cuando me miraba, cuando dejaba deslizar el agua en mi garganta seca. Estaba allí, simplemente parado mirándome, sin decir ni hacer nada, cuánto tiempo llevará ahí, repentinamente veo que sus labios se mueven, intenta decir algo, pero si apenas pude distinguir sus palabras; estimo, me será imposible leer sus labios, maldito reflejo que hace rato disfrutaba, ahora me hace contraluz con la silueta de este hombre, y empeora lo ya inalcanzable que resulta concebir lo que está articulando.
Está deslizando una mano adentro, súbitamente corta el silencio entre los dos el sonido de la pesada aldaba; se dirige a mí, transita ese corto pasillo y entra a la celda, a la luz tenue del sol, que aunque recién sale, ya está amenazando con marcharse, son unos cuantos pasos, pero me resulta un tiempo interminable, se arrodilla en una sola pierna ante mí, como para que su boca quede a la altura de mi oído y me susurra esta vez muy claramente.
—Ustedes vencieron—y refuerza lo dicho—ganaron, se terminó.
No sé si será la emoción, pero esta vez puedo comprender completamente lo que me dice,  los rebeldes vencieron, todo terminó; por fin.
Pone la llave en las esposas de mi mano izquierda, las que me obligaban  a permanecer sentado, ya que estaban unidas a un semicírculo de metal que sobresalía a esa altura de la pared, tengo el brazo casi entumecido, todo este tiempo estuvo quieto ahí, a pesar de que lo frotaba una y otra vez con mi mano libre.
Casi con confianza, como si nos conociéramos de toda la vida, le pregunto, que pasará, que sucede ahora, adonde me llevarán, que harán. Tantas preguntas, para expresar lo mismo, si mi destino cambiaba su rumbo, o no. De repente noto que ya no me habla, no responde nada, simplemente se yergue casi de un salto; alguien llega, y el antes amable centinela, vocifera en su extraño idioma de nuevo, no sé qué dirá, pero entiendo que es una orden, y lo único que podría estar ordenándome es que me pusiera de pie, hago uno y otro intento en vano, ni mis pies responden con fuerza, ni mis piernas agarrotadas ayudan. Hay elecciones en la vida que no responden al plano estético, esta es una de ellas, pararme en este momento no constituía un acto heroico, era simplemente una imagen truculenta que aunque parecía a simple vista espantosa y patética, conducía indefectiblemente al placer, a la esperanza. Necesité de su mano poco amable tomando el cuello de mi camisa por detrás, mientras me elevaba, por fin, ahí estaba de pie, como un cervatillo recién nacido, pero de pie. Otra orden que no necesitaba traducción, ya que con la misma mano que me sostenía de la ropa, me impulsó a caminar.
Recorrí la celda arrastrando los pies, por falta de fuerza y porque al no estar ajustado el calzado, se hacía mucho más pesado. No había notado lo delgado que estaba, no tenía idea que en un par de días se podía perder tanto peso.
Una vez afuera, mis ojos me ardieron un poco, tampoco había notado que la celda estuviera tan oscura, el viento, mas gélido aun, me golpeó con una ventisca, depositando en mi cara pequeñas partículas de nieve, no quise sonreír, por temor a molestar; y en un acto cuasi involuntario, mis labios cortados que no podían unirse, soltaron en un siseo , como si fuera la tirada de toalla de un silbido, aquel himno, el de los insurrectos, los nobles rebeldes, los extranjeros en su propia tierra, los que nos enrolamos en esta pelea por decisión propia, nadie nos obligó; entonces las flores grises de mi interior sintieron la brisa de una primavera alegremente absurda; dudo que alguien más pudiera oírlo, tampoco pretendía eso, era como un ritual para mí mismo, algo que me daba fuerzas y  ayudaba a mis pies a arrastrarse con mayor vigor, sesgando la blancura de la nieve, remolcando pequeñas porciones conmigo .
La fuerte mano de aquel enemigo, al que no guardaba ningún rencor, me sostenía, fingiendo que me llevaba de manera ruda; mientras todos me miraban a un lado; de repente me soltó contra una pared, me giró dejándome de cara a él y a mi espalda apoyada en ese frio muro, lo mire a los ojos, y él mezcló las lenguas nuevamente, sin embargo, pude comprender lo que decía.
—Lo siento.
  Y al retirarse, pude ver frente a mí a un pequeño pelotón armado, conversaban algo entre ellos y se reían en voz baja.
La agenda seguiría su curso, pero por qué, es que sería algo así como un placebo para ellos, como una venganza, quizás como lo que significó el himno para mí.
Entonces mientras sopesaba aquello, me embargó una duda, ¿realmente vencimos? O fue un consuelo que aquel caballero, quiso regalarme antes de morir.

Un militar de alto grado se puso a la izquierda de ellos y ordenó en su habla, algo muy sencillo de adivinar; era el preparen y apunten de cualquier fusilamiento; sin redoble de tambor, sin un último deseo, sin cigarrillo en la boca ni venda en los ojos. Solo deseaba mirarlos de frente, no se para que, buscaba sus ojos con insistencia, pero un resplandor me negó ese momento, no pude discernir, si fue el reflejo del sol en la nieve, que estaba en todos lados, o el fuego de las armas que escupían su muerte. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Resaca del olvido.



Todo terminó ya... eso creo,
Desde la arena del desierto de mi cama,
Con mis ojos achinados, a nadie veo,
Desnudo estoy, sin ropa ni pijama.

El sonido en mi cabeza casi aturde,
Como el haz de luz brillante que se cuela,
Que vence a la cortina, que la elude,
Y como un sable afilado se revela.

Un flash seca de a poco las lagunas,
Y llega en retazos el recuerdo,
Se perdió la dignidad sin duda alguna,
En esos movimientos más que lerdos.

Se escapó de entre mis dedos la conciencia,
Dentro de un vaso que voló y se hizo astillas,
Se esfumó también la silla con urgencia,
Y el suelo se hizo mar sin una orilla.

Cae la lluvia calmante, desde el sol plateado,
Allá en lo alto del etéreo cielo, blanco y liso,
No me arrepiento de quedar casi ahogado,
Sino de haber pensado en vos y el paraíso.

lunes, 24 de agosto de 2015

HIJO POR ADOPCIÓN

(A Santa Cruz de la Sierra)

Aquella otrora prosaica convivencia,
Fue cediendo a este noble sentimiento,
De no ser “tan extranjero” de tu herencia,
De no asignar mi ser a un documento.

El tiempo transcurre y hoy divide,
Esta vida vivida, justo a la mitad,
Mitad, de nacer y crecer, que coincide,
Con la otra mitad, en esta hermosa ciudad.

Yo creí en tus encantos y colores,
Vos confiaste en mis ganas de vivir,
Y acunaste en tu humedad y tus calores,
A este “gaucho” que sólo te faltó parir.

Tal vez nuestros rasgos y costumbres,
Sean algo distintos, y no reniego de eso,
Porque en tu suelo acaricié el vislumbre,
Del amor de patria, que ya llevaba impreso.

Quede en tu memoria, este amoroso tributo,
Santa Cruz de la Sierra, y en consecuencia,
Por  tanto cariño, sincero y absoluto,

Dejo en tus entrañas, mi querida descendencia.


miércoles, 29 de julio de 2015

Conversando con Julio.

Conversando con Julio.

––Cantáme un tango Julito.
         Y posó la púa sobre el disco, que dejo deslizar la voz del Varón.
         ––“Y yo me hice en tangos, por que el tango es macho, por que el tango es fuerte, tiene olor a vida, tiene gusto a muerte.”

         ––Cuanta razón amigo, que sabio sos.

(En colaboración con Martín Alcorta)

Cleopatra

Cleopatra


––No pido demasiado, solo un baño de leche diario y que se muera mi hermano, que es mi marido, también mi amante y mi novia. Tener a un noble romano, que me dé hijos. Y una serpiente y dos criadas que me acompañen a morir; en fin… ¿es mucho pedir?

Fútbol.

Fútbol.

––¿No vienes?
––No me siento bien, prefiero descansar.
Le besó la frente y se fue.
Minutos después, llegaban los amigos, con cervezas y alaridos. Encendieron el televisor cuando iniciaba el partido.
Afuera, en la oscuridad, ella abordaba un automóvil.
––¿Todo bien?––preguntó él.

––Claro, él no se perdería ese juego.

Libertad.

Libertad.

Nadie aprecia lo que tiene, hasta que lo pierde; escuché esto muchas veces, ––pensó el apretujado pez–– justo en el momento en que la red cedía por el peso de él y sus pares.

––Esto fue como sumergirse, tocar fondo, y volver al mar de quien eres… libre, otra vez.

Juegos prohibidos.

Juegos prohibidos.

La damita puso cara de intriga picaresca, y lanzó la pregunta que daba inicio al juego:
––¿Verdad, consecuencia u opinión?
––Verdad.
––¿Es verdad que quieres casarte conmigo?
Él caviló las posibles respuestas, e imitando la voz de un robot, se limitó a decir:
––Game over.

Ella jamás volvió a hablarle.

Fidelidad

Fidelidad


Algo andaba mal, ella lo notó en su mirada ––¿Quieres decirme algo?–– preguntó.
––Es que yo, no quisiera fallarte, quisiera ser de los pocos hombres fieles del mundo, y no engañarte nunca ––confesó él––.
––¡Pero eso es bueno! ––dijo ella sonriendo–– no debes estar triste.
Él murmuró ––pues entonces... terminemos

Tristeza en dos rimas.

Tristeza en dos rimas.

Te veré, al otro lado del hielo,
Con el corazón helado,
Partido de dolor y desvelo.

Te encontraré en algún lado,
Buscando desesperados consuelos,
Arrepentido, abandonado.

¿Crees que el mundo acaba en el duelo?
¿Qué el pasado en verdad es pisado?
¿Que eres el único que mordió el señuelo?

Crees que esto… ¿ha terminado?
Debes poner los pies en el suelo,

Intenta hacerlo cuando hayas bajado.

Gitana.

Gitana.


La joven gitana le tomó una mano y acariciándole la palma, cerró los párpados y susurró, ––Sentirás en tus ojos el placer, ese que ansían los hombres y no pueden contener, ante la belleza de una mujer, así conocerás el deseo… entonces la interrumpió un cálido beso en los labios.

Recuerdo.

Recuerdo.


En la cima de la colina, abrió la urna ––vuela mamá, ¡sé libre carajo!
Un viento arremolinado le arrojó una buena porción de cenizas en la cara, también le dejó una sensación de arenilla en la boca.

––perdón, lo había olvidado ––murmuró–– había olvidado cuanto detestabas que dijera malas palabras.

La bella se durmió, y perdió.­­

La bella se durmió, y perdió.­­

El noble caballero escaló la torre y entró por una pequeña ventana, donde yacía dormida la dulce princesa.
Tras él huía montada en su escoba la bruja; —¡Espera! No te vayas— le suplicó él.
Ella se detuvo  —¿qué quieres?

–– Quiero irme contigo, es que siempre me gustaron las aventuras peligrosas.

TE EXTRAÑO

Te extraño.

Hoy  al despuntar el alba, cuando el sol no se colgaba aun del cielo; pero la luz ya expulsaba todo vestigio de oscuridad; me desperté, en realidad abrí los ojos, despierto ya estaba hacía unos segundos, haciendo un esfuerzo para que no se esfumara tu imagen, algo difusa, después de haber sido tan viva, tan nítida en el sueño, aclarado entonces, había sido un sueño.

Hoy no quiero hablar de rotas promesas, no voy a enredarme en laberintos de distancias ni ausencias. Pasé la mano por mi garganta para quitar el sudor, y al parecer mágicamente apareció la voz, para repetir con más transparencia lo que antes habían murmurado mis labios… te extraño.

CAPITAN

Capitán.

El capitán gritó - ¡ataquen!

Y un soldado de su escuadrón lo mató.

SOFISMA

Sofisma

––La mentira es efímera, puede lacerar la profunda convicción de la verdad, pero nunca matarla ––aludía el profesor––el que hace el bien recibe el bien, el que hace mal, termina lamentando su propio mal.

El alumno desde su banco sentenció ––está usted mintiendo, y lo sabe.

SF (personajes)

SF (personajes)


Un hombre solo y sin dinero,
Cavila algo, lejano y meditabundo,
Y al rato ya arregla el mundo,
Mostrando a los demás el sendero.

Los sabios veteranos conversan,
De costumbres y sitios extintos,
Mientras Mocito regresa,
A pedir de nuevo los quintos.

La muchacha que habla sola,
Con su locura y su taza,
Levanta la voz en una ola,
Luego vuelve a su coraza.

Unos chinos beben whiskies,
Y fuman cigarros extraños,
Discurren en su idioma natal,
De seguro volviendo a sus años.

Literatos, críticos de cine y de la vida
Cantantes callejeros, directores técnicos,
 Que podían ganar  de una sola movida,
El partido que perdió el Atlético.

Hasta alguna mujercilla,
De mirada trepidante,
Que calienta paciente la silla,
Buscando un resultado mercante.

Y nosotros, en este cuarto sin muros
Sitiando la vereda, haga frio o calor,
Alguien más llegará, lo aseguro,

Mientras tanto… dos cortados y una lagrima, por favor.

SF (Sir Francis)

SF.

El aroma acechante se respira,
Apenas toca un pie la vereda,
El clima del lugar inspira,
Las manos amigas se enredan.

Como un tatuaje que evita el olvido,
Nace el recuerdo fecundo,
De bares de maderas y esencias
Que regresan de lo profundo.

Mantiene una sociedad anónima,
De personajes reales y diversos,
Que hacen sus pantomimas,
Y crean este universo.

Café, es tu oscuridad la que ilumina,
A estos individuos que empuñan airosos,
Como única arma divina,
Un pocillo humeante y espumoso.

Sir Francis, te dicen sin felicidad,
Pero es un nombre sin abrigo,
En nuestro código de complicidad,

Te llamamos SF, solo para los amigos.

JENECHERÚ: El fuego que nunca se apaga.

JENECHERÚ: El fuego que nunca se apaga.

Para quienes formamos parte del club, la historia ya es conocida; la de los cinco “locos” tucumanos, que no dejarían que el tiempo y la distancia, extinguiera el fuego que los apasionaba, la de los primeros bolivianos que contribuyeron a labrar también esa locura, esta hermosa locura, que aun hoy seguimos disfrutando.
Me niego rotundamente a dar un nombre, son tantos, dentro y fuera de la cancha, que no quisiera cometer la gravísima falta, de olvidarme de alguien; tantas almas alentando, tantos jugadores dejando hasta el último aliento y un poco más. Con momentos agradables y llenos de gloria, con momentos de reflexión y aprendizaje, también con momentos incómodos, como cuando en alguna tribuna tuve que oír mas de una vez: “parecen  animales”, y preferí callar, hoy ya no lo haría, desde mi posición contestaría: ”sabe que si? algo de animales debemos tener, los animales no fingen su amistad, la entregan sin conveniencias, y sin esperar nada a cambio, los animales también cuidan a sus hermanos ferozmente, los animales no se guardan nada cuando juegan, entregan todo; sin duda, algo de animales tenemos en nuestro club”.
                Por eso no hablaremos de personas, hablaremos de una familia, una que como todas fue creciendo de a poco, primero con las chicas de jockey, que se sumaban a la idea de jugar defendiendo este nombre, y porque no, de alentar a garganta viva a sus hermanos de fuego, con esa extensión de sus manos en forma de palo, agitándose en el aire, así fue, nada hubiera sido igual sin el aporte de ellas.
 Y llegaron luego más integrantes, los pequeños gigantes de las divisiones infantiles y juveniles, el semillero que era nuestro futuro, y que demás está decir, no tardó en dar frutos, grandes jugadores, honorables personas, todas forjadas en el fuego que transmite el valor, y también los valores, y hoy nos enorgullecen con sus nuevas hazañas, nuevos jóvenes siguiendo la misma senda, para asegurar la continuidad de nuestra historia.
 Y como también suele suceder en toda familia, cuando esta parecía estar completa, nos sorprende la llegada de una llama más, para avivar la creciente hoguera, las chicas de rugby femenino, una demostración de tenacidad ante las adversidades, un ejemplo muy digno de cómo salir adelante con lo que se tiene, recordándonos que la mejor manera de aprender es cayendo y levantándose con más ganas que antes.
Aquí está mi familia señores, esa minúscula lumbre del 2004 es hoy este impetuoso incendio;  aquí está, en cada una de las personas que tengo a mi lado, y en aquellos que se fueron, pero siguen atizando desde donde estén, esta pira que estoy seguro ya nunca podrá extinguirse; queda en cada uno de nosotros, la responsabilidad de seguir alcanzando metas, de seguir creciendo, de seguir divirtiéndonos responsablemente, intentando a cada paso no defraudar a quienes confiaron en nuestras manos este tesoro, que repetimos en cada arenga, “el fuego que nunca se apaga”  mientras nuestro corazón retumba ¡Jenecherú!.
Y por supuesto queda dar las gracias; gracias, a los que empezaron, a los que se sumaron y siguieron, a los que siguen ayudando, lejos o cerca, a las madres que lavaron ropa sucia de entrenamientos, a los padres que acompañaron y se emocionaron, con un pase, con un try, a los que alientan, a los que enseñan lo que asimilaron, muchas gracias a nuestros adversarios, de ellos también aprendimos, y sin duda son parte de esta leyenda, que cuenta apenas con diez jóvenes años, pero vividos con tanta intensidad que no nos alcanzaría una enciclopedia para relatar tantas anécdotas y experiencias, así es nuestro tiempo, no se mide solo en años, se mide en amistad y compañerismo, en lealtad, en compromiso, en cada uno de los valores adquiridos, se mide en terceros tiempos, en momentos de calidad, en recibir el tackle para que mi hermano marque el try, en llevar la bocha y los palos de Jenecherú a buscar glorias en arcos lejanos.
Felices 10 años entonces, familia, felices 10 años querido club.

Me despido haciéndome participe de una frase que quedó retratada en nuestras memorias: “Así termina este relato, de la mejor forma que pueden terminar las historias… con un comienzo”. 

RECETA PARA HACER UNA CAMBITA.

Receta para preparar una cambita.

Comensales: Uno a la vez, preferentemente.
Lugar: Santa Cruz de la Sierra.
Tiempo de preparación: 18 años o más.

Recomendada para el consumo diario.

Se toman 4 tazas de española, perfectamente tamizadas en urupé, y se colocan en una cazuela de madera, y a ritmo de taquirari se le aumenta de a poco, cucharaditas de caribeñas al gusto. Se deja reposar unos minutos bajo el cielo más puro, revisando de rato en rato para que no se suba mucho lo de española, ni pierda la sazón caribeña, de esta manera mantendrá intacto su sabor.
 Se toma un recipiente con bastante azúcar o empanizao y se mezcla con pequeñas porciones de árabe, de morena y canela. Cuando vaya tomando consistencia, aumentar unas porciones de majadito, y locro, un poco de cuñapé y masaco, puede ser de plátano o yuca, remojar toda la preparación con chicha camba y un poco de mocochinchi.
Deje reposar nuevamente toda la preparación sobre un toco en el río Pirai. Por aparte se muele un arenal en tacú, con vientos cálidos y mucho sol.
Finalmente todo se amasa, pero con ternura pa’ que no salga brava, y se pone en horno de barro a temperatura fuerte, ahora mientras se toma Usted un descanso en una buena hamaca,  deje que baile con ese calorcito, a puro taquirari, chobena y brincao, déjela que sude bastante…  No espere a que se canse, eso no va a suceder nunca. Le puede pasar libros de estudios y demás condimentos y por eso no va a dejar de mover la cintura.
Por último debe ponerse a dorar al sol tropical, ahora está casi lista, pero no la guarde en ningún recipiente cerrado ya que se pone popí y tiende a absorber tristeza, así pues debe dejársela libre y disfruta su andar atrevido y picaresco, ese de gracia sin par.

Recomendaciones de acompañamiento: Deja que te quiera y te hará feliz; quiérela y luchará contigo hasta donde no te imaginas.


Contraindicaciones: Aquellas personas con problemas cardiovasculares deben tener cuidado con la repentina sonrisa de una cambita. Si presenta síntomas de falta de respiración o aumento del ritmo cardiaco, consulte a su médico.


NAUFRAGO EN TIERRA FIRME

Naufrago en tierra firme.

Ese año, el país era un apogeo de violencia, de creencias y de políticas encontradas, de hermanos peleados, de etnias que luchaban por el equívoco derecho de ser única, o por lo menos, ser quien manda.
El poder, el deseo y las ansias del poder absoluto, para beneficio propio, o por odio, por revancha, por un rencor viejo y sin razón, que alimentaban viejas rencillas entre el oriente y el occidente, entre policías y militares, entre collas y cambas, entre doctos, estudiantes y obreros; contra políticos, entre hermanos que habían logrado contener más de una vez, toda esa avalancha de diferencias, pero aquella noche, la violencia se transformó en muerte y la muerte en venganza, la irrupción de la tragedia, en las calles ya no tenía retroceso, ya era más que un alud, era un hervidero caldoso del cual no se podía escapar, todos se sintieron en la obligación de actuar, y si alguien intentaba huir y saltar de esa olla hirviendo, simplemente caería en el fuego.
Tantas veces se había oído amenazar con una guerra civil, que pasó a ser una simple frase corta de dos palabras, que no era más que eso. Cuan equivocados estuvieron todos los que arengaban, desde el gobierno, desde los barrios pobres, desde los poderosos señores que manejaban los hilos y los actos, de la obra.
Ya no había reversa, la guerra civil había estallado y consumía al país, y a toda alma que se encontrase en su camino.
Así es la guerra, donde ella se detenga, se detendrá la vida, solo ella se detiene, nada la detiene a ella.


Lo peor que tiene las desgracias, es que no tiene por costumbre anunciarse, no hay perros que aúllen señalando premonitoriamente nuestra muerte, alguna ambulancia ululando quizás, o la agobiante sirena de una patrulla policial, pero no más que eso. Uno nunca sabe, al comenzar una jornada si será monótona y rutinaria, o traerá a cuestas una catástrofe.
La desgracia es como otro mundo paralelo, como una cuarta dimensión desconocida, que se adhiere a nuestras vidas, y se metamorfosean con el diario existir, pegadas como la sombra que nos persigue.
Olvidamos que somos frágiles, simples mortales, hasta que la desgracia se encarga de ponernos en rieles, y nos hace el recordatorio sin escatimar dolores.
 Carlos García Rivero, Don Carlos como algunos lo conocían, lo sabía bien. Su amada Margarita López Castán, tenía ochenta y cuatro años de vida, cuando tuvo que dejarlo abandonado a la soledad mundana, después de tantos años compartidos, un paro cardiorespiratorio, decía el parte médico, en realidad tenía tantas dolencias como pudieran existir.
 No tuvieron nunca la precaución, o más bien el valor, de dejar una descendencia, alguien con quien compartir el futuro, o en este caso, el presente. Don Carlos cayó en una profunda depresión, que lo llevó descuidarse de sí mismo, de la poca vida social que había tenido, por eso casi no poseía amistades, más que los pocos conocidos que tenía, la cajera o el reponedor del mini mercado, o el amable anciano que atendía la farmacia, tal vez la cholita del mercado, o la señora gorda del almacén de abarrotes, todas personas con quienes cruzaba apenas el saludo, y un máximo de tres escasas frases. Sus paseos se limitaban estrictamente a esas zonas, a lo sumo un breve descanso en la plaza central, en un intento atropellado de aspirar algo de aire puro, de sentirse aún vivo, cuando el sol le entibiaba la piel.
Buena falta le hacía, unos rayos solares en estos apáticos días helados.
-Un resfrío mal curado- le dijeron.
-Una gripe fuerte de esas que te tumban en la cama.
 Carlos tardó demasiado en recurrir al médico, la tuberculosis, estaba en estado muy avanzado, y se complicaba por una severa pulmonía, lo único que ayudaba al viejo cuerpo desvencijado era que hacía mucho reposo, no por prescripción médica, si no por abandono. Carlos sabia que sus ochenta y seis años, no habían pasado en vano, su antiguo trabajo y la edad, le pasaban ahora la impagable factura.
Él sabía muy bien, que el infortunio ya la desdicha, siempre se aproximan con silenciosos dañinos pasos de lana, insidiosos, como esa enfermedad que le trepaba por la espina dorsal y se le alojaba con tanta fuerzas en el pecho, que los medicamentos recetados, ya casi no surtían los efectos que aplacaban los síntomas en un principio, así es que empezó a tolerar el dolor y a soportar la angustia, a punta de analgésicos, cada vez más fuertes, que no lo curaban, pero menguaban los síntomas. Su dolencia era ahora más resistente que su organismo, y pasaba los días sin saber, que su tuberculosis activa, se había transformado ya en drogo resistente.
Aquel día se despertó antes que sonara la alarma del reloj, y advirtió una somnolienta angustia interna, como un mal presentimiento, aun en la duermevela, antes de salir del todo del limbo de los sueños, pero pensó que era producto de su rosario de malestares, y no le dio mayor importancia, acaso, en el intento  de auto infundirse confianza, porque hoy por hoy se requiere tener confianza en el mundo en general, y también en uno mismo, para suponer que la realidad cotidiana sigue ahí, al otro lado de esas paredes humedecidas por el frío.
Permaneció acostado un rato más, despierto, pero con los ojos cerrados, hace tiempo que regresar a la vida diaria, le resultaba un viaje un tanto complicado.
El pitido del viejo despertador digital de números rojos, que inútilmente intentaba despertarlo cada mañana, coincidió casi a la perfección con el acto de abrir un solo ojo, ya era de día, últimamente la luz del amanecer no coincidía siempre con los horarios marcados, y encima el repiqueteo de las gotas anunciaban un día mas de lluvia, ya eran tres días consecutivos, en que no paraba de caer agua sobre la ciudad.
Abrió el otro ojo, lo primero que vio en la semioscuridad, fueron los guarismos brillantes del reloj, que aun seguía gimiendo tan alto como sus gastados mecanismos le permitían, marcando las siete A.M., tan domesticado el pobre, tan obediente y tan inútil, como todos los días. Aun recostado, sondeó una vez más su morada, su vista ya no era la misma, y la tenue luz no lo ayudaba, igualmente el conocía cada rincón del lugar, y podía divisarlo todo, solo con ver los contornos iluminados, allá, el baño sin puerta y sin ventanas, un hueco realmente deprimente, el espacio abierto que hacía la veces de cocina, que a su vez era también comedor, la mesa con dos sillas, una de ellas, la de la derecha, inmóvil, ya que nunca era ocupada; a su lado, el roperito pequeño, que intentaba apenas dividir el cuarto en dos, y una silla situada al lado del televisor apagado, en donde descansaba su ropa, inerte, a la espera de volver a ser usada, para tener al menos el privilegio del movimiento.
Era su diario recorrido, una costumbre que había adoptado desde que vivía solo, desde que vendió su casa, que ya le quedaba demasiado grande, y le recordaba inexorablemente a Margarita. Entonces con el dinero que recibió por la venta, tomo aquel habitáculo en un contrato de anticresis, un sistema de arriendo muy común en estos lares, y con el resto decidió vivir lo que le quedara de vida, ya no tenía ni fuerzas ni ganas para trabajar.
Hace ya algunos años, que su biografía se escribía igual, y no pasaba de ser más, que un miserable puñado de automatismos.
Se sentó en la cama con las piernas hacia afuera, tanteo con los pies los viejos zapatos blandos y cómodos, que siempre permanecían allí, prestos a servir, los chancleteó camino a la cocinilla de dos hornillas, la encendió, y llenó la caldera de agua, la puso al fuego, y se dirigió al baño, una vez más se preguntaba mentalmente.
-A quien se le ocurriría hacer un baño sin ventanas.
Manoteó la llave de encendido, y la pálida luz amarillenta inundó el lugar, dándole un aspecto más lúgubre aun. Ahí estaba su detractor, otra vez frente a frente, con las mismas arrugas que él, la misma sombra azulada rubricando al pie de sus ojos, se quitó la camiseta, y notó que aquel hueco que se le había ido formando en el pecho, estaba tal vez un poco más profundo que ayer, tosió como por acto reflejo de la imagen, y se tapó la boca con la mano, sintió la humedad en su palma, el sabia bien que era, allí estaba en su rugosa mano, nuevamente, esa saliva sanguinolenta, se la quitó con un chorro de agua en el lavamanos, y giro la perilla de la ducha, demás está decir que esta no tenia cortina, no le importaba tener que secar el piso, después de bañarse, en fin, tampoco había puerta, y no había nadie de quien ocultar sus impudencias, ni los actos que allí se llevaran a cabo, nunca entendió bien si estos soliloquios sin sentido, los llevaba a cabo para intentar comprender la situación que se le presentaba o para evitar pensar en ciertas cosas, que deliberadamente mantenía en segundo plano. El ducharse era en realidad, uno de los momentos más agradables del jornal. La llovizna tibia recorriendo cada surco en su piel, devolviéndole en cada limosnera gota, el calor que huía con facilidad de su masa corpórea, entregándole de nuevo como migajas de vida la recompensa de enfrentar un nuevo día.
Se encontraba en esos placeres, cuando de repente oyó algo raro, un silbido extraño y penetrante, que trazó el silencio habitual en un lapso infinitesimal,  dejó de sobarse el cuerpo, como intentando concentrarse en el sonido, un segundo después llego el estallido, más bien una estampida, un pequeño terremoto corto pero conciso, instintivamente se agachó, como si aquello que hubiese provocado el estruendo, en esa posición no fuera a alcanzarlo, o tal vez simplemente buscaba estabilidad, ya que las piernas le flaqueaban; permaneció así unos segundos, y desde allí abajo, estiró la mano y cerró el paso de agua, sintiendo como la leve, pero fría brisa que se colaba en el baño, helaba todo su cuerpo, se arrodilló, se abrazó y espero unos minutos, hasta que empezó a tiritar; ¿frio o miedo?, tal vez los dos, reconocía en su fuero interior, la presencia del miedo.
La caldera comenzó a silbar como loca, acoplándose al desconcierto y el desorden que llegaba desde afuera, apenas audibles a través de la pita ensordecedora del agua hirviendo, podían oírse los quejidos, luego los gritos, todos mezclados, gritos de horror, de dolor, gritos que dictaban ordenes, que insultaban, gritos y tiros, si, eran tiros, el sonido del tableteo seco y sordo de un tiro era inconfundible. La intriga pudo más que el miedo, tomó el toallón, se lo colocó a través de la espalda, como si fuera un chal, y salió desnudo y mojado, encaminó temerosamente a la cocinilla, giró la perilla lentamente, como si quisiera apagar un sonido inexistente, la caldera seguía silbando, cada vez más bajo, hasta que por fin se calló, de la misma manera los gritos callejeros fueron decreciendo, los tiros se oían cada vez más lejanos, pasó todo como un malón, caviló un momento, y timorato observó la ventana arriba del lavaplatos que daba a la calle, descorrió la cortinita de tela de mantel, lo menos posible, lo justo para permitirle observar. El paisaje era desolador, habían cuerpos tirados por la calle, en las veredas. Algunos vecinos más osados se atrevían a salir a curiosear, pronto todo era silencio, y le vino una idea inmediata, corrió descalzo y desnudo como estaba, hasta la cama, encendió la televisión, entonces lo confirmó, en todos los departamentos del país, se habían alzado en armas, la tan mentada guerra civil era un hecho. Las imágenes se sucedían en todos los canales, los militares recorrían las calles disparando a destajo, en una cacería de brujas moderna, todos contra todos, la policía se batía contra éstos y éstos contra un grupo de gente, y este grupo contra otro grupo. De pronto el silbido retornó, y en un mismo instante se corto el suministro eléctrico y estalló un nuevo explosivo, regresaron también los disparos, corrió hacia la ventana quería ver con sus propios ojos, ya sea por el curioso morbo tan humano, o por intentar constatar lo que sucedía allá afuera, cuando estuvo a punto de alcanzar su mirador, una bala perdida estallo en el vidrio y siguió su curso destructivo por el cuarto, estampándose en la pared detrás de él. Otra vez el instinto de supervivencia, hizo que se arrojara al suelo, quedó petrificado, boca abajo, no sabía bien que hacer, los ruidos no lo dejaban pensar con claridad, hasta que los golpes en la puerta lo volvieron a la realidad.
- ¡Abran!, ¡por favor abran!- interpelaba la voz, como un extraño grito, pero en voz baja, mientras seguía golpeando el pórtico.
Un segundo después, otro proyectil atravesaba la puerta, la peana que antes dejaba entrar un viso de luz por debajo de la puerta se vio de repente cubierta por el cuerpo de quien estaba intentando entrar.
- Debo llegar a la cama- pensó.
Y a partir de entonces todo fue cediendo, no pretendía abrir la puerta, ni auxiliar a la persona que estuviera allí, siguió cediendo, por que cuando uno pierde el mínimo respeto al valor, luego es fácil dejarse resbalar ladera abajo a lo más profundo de la cobardía.
-Debo llegar a la cama, debo pararme y caminar- hablaba otra vez consigo mismo-  la única diferencia entre los que logran salvarse y los que sucumben en el intento, es que los primeros han sido capaces de dar un paso hacia adelante, como el hombre en la luna. Con un solo paso basta, a fin de cuentas, todo viaje, incluso el más largo, no es sino una sucesión de pequeños pasos.
Discurría en el intento de sobornar su propia cobardía con un discurso de valor engañoso. Intentó pararse, y notó que la fuerza en sus piernas había desaparecido de nuevo,  no dudó un instante, y empezó a reptar, repitiendo una y otra vez, como para darse fuerzas, como para infundir a su cuerpo abatido por el miedo, el deseo de llegar a la meta, el significado de lo que consideraba en ese momento, su salvación.
-Debo llegar a la cama, debo llegar a la cama- repetía, como una letanía o un conjuro.
Se arrastró por el piso inmundo, añorando el débil y urgente refugio de su lecho, o tal vez pretendiendo una vez más convencer a la mismísima realidad, de que todo eso no era real, de que tanto él como todos allá afuera, seguían acostados y dormidos, y de que esto era solo un mal sueño, una pesadilla.
Se cubrió con la frazada hasta la cabeza, para escapar de alguna forma al haz de luz mortecina que se colaba silbando con el viento en el hueco dejado por la bala asesina, escapar del trueno de las bombas, escapar de las cortinas cerradas y polvorientas, que también se dejaban mecer por la corriente de aire álgido que cortaba como el filo de una navaja, las pinceladas que sombreaba los bordes de la cocina, ahora inútil, del baño, ahora lejano. Todo ese desapacible ambiente avinagrado por el tufo de las granadas de gas lacrimógeno, se unían al sonido de los metales y lozas que en ese tris, caían al suelo, víctimas de algún nuevo estrepito, provocando el tañido que sonaba a difuntos, que se fusionaba con los estertóreos gruñidos callejeros, anunciando la llegada de otra horda, con todos sus terrores, sus oscuros visitantes y sus fantasmas, todo era ahora un lugar sitiado por el miedo y el silencio.
Carlos permaneció inmóvil, totalmente cubierto y en silencio, miró de reojo el reloj, que ya había dejado de funcionar por la falta de energía, y cayó en la cuenta de que había perdido la noción del tiempo, que no tenía ni la más remota idea de la hora, se acomodó de nuevo, y se aferró  a la cama, como el navegante novato se aferra a una baranda del barco, para soportar las sacudidas de las olas.
- Aquí me quedaré- se dijo en voz baja- y concibió una idea, que cumpliría pase lo que pase.
Ya no se movería de allí para nada, se mantendría estático en esa cama, mientras no volviera a entrar en al corriente de la vida, todavía podía creer que el miedo, la guerra, los disparos y explosiones, formaban parte de aquel mismo sueño no concluido, de aquella pesadilla que ya antes se empeñó en inventar, así es que definitivamente ahí se quedaría, en fin, cuánto tiempo más podía durar todo eso, no más de unas horas, no más de un día.
Dormía intermitentemente, se despertaba, dormitaba, dormía, y así permanecía alimentando y recomenzando aquel odioso ciclo una y otra vez, así transcurrieron las horas, el tiempo se quemaba como los cartuchos de municiones en las calles, asesinando una tras otra, a las horas que fueron cayendo, dando paso a la noche. Asomó la cabeza fuera de la manta, y lo comprobó, ya no había luz, ni adentro, en la pieza, ni en la calle.
-Ya es de noche- acabó de discernir, y se durmió pensando- mañana será otro día.
Pero volvía a despertar, repetidamente, ya fuera por los disparos, o los gritos, o por la tos trepidante que por momentos lo asfixiaba, o bien lo ahogaba con un hilo de sangre en la garganta, hasta por momentos creyó oír pasos en el techo, golpes en las paredes, en realidad ya nada lo sorprendía, ni lo que realmente sucediera, ni lo que su confundida mente era capaz de crear.
En uno de sus tantos despertares, sintió hambre, y recordó que no había comido nada, ni siquiera había tomado agua, y también le vino un acceso de sed muy profunda, y calculó mentalmente cuanto tiempo llevaba sin ir al baño, se le hizo un nudo en la garganta, estaba tan reseca, que hasta le costaba tragar el espumarajo que se le formaba en la boca pastosa.
La sed, esa aridez estaba desecándolo de a poco, primero el gaznate, y  ahora ese vacío en el estómago.
En tal caso, se propuso urdir un plan, no le quedaba otra opción. Sus ojos ya estaban acostumbrados a la oscuridad, los reforzaría entonces con esa habilidad que más que memoria, era un hábito, que de tanto llevarlo a la práctica, lo tenía perfectamente aprendido, solo debía repetirlo, debía reconstruir mentalmente los enseres de su hogar, elaborando un dibujo básico del dormitorio. En esa tensa calma que la noche le prestaba, podría abandonar su refugio, sin dejar la huella de su ausencia, solo la frialdad del cobijo lo notaría, necesitaba tan solo un minuto, nada más, correría al lavabo, puesto en la entrada del baño, giraría la llave de paso del agua, y bebería el liquido directamente del grifo, lo haría agachado, tendrían que ser pasos cortos y rápidos.
-Espero no tropezar en el camino, estas cosas siempre suelen suceder en estos casos- pensaba atolondrándose de palabras y razonamientos- diez pasos, a los sumo quince, no, no, pasos cortos, deben ser unos treinta tal vez- susurraba mientras se quitaba lentamente de encima la colcha- de regreso intentaré recoger algo de ropa, debe estar aun la que dejé sobre la silla.
Calculaba todo minuciosamente, todo en voz baja, en murmullos apenas audibles, como para evitar que la oscuridad lo oyera y desbaratara sus proyectos.
Cerró el puño, como si iría a asestar un golpe, movió el pie izquierdo lentamente, se asombró al descubrir que las piernas le pesaban como bloques de cemento, imprimió un poco mas de fuerza, y lo movió unos insuficientes centímetros, se atribuló, el miedo le trepó pataleando por el abdomen,  giró como pudo el tronco en una media vuelta, escondiendo su rostro avergonzado al espacio tácito en donde se encontraban el baño y la cocina, tomó la frazada con una mano, y se tapó hasta la coronilla.
-Cagón- se recriminó.
Ni una palabra más, ni un pensamiento optimista que le infundiera valor o por lo menos consuelo. Hasta su otro yo interior, el que enfrenta a uno mismo en estas situaciones, lo había abandonado. Conteniendo la rabia, sintió una lagrima rodar por el rabillo del ojo, los cerró con fuerzas, oprimiéndola, obligándola a salir, y la dejó caer a la sábana. Luego cuando estuvo un poco más calmado, se durmió.
El repiqueteo de las armas, lo despertaron con un fuerte sobresalto, esta vez sonaron como si hubieran sido disparadas adentro del cuarto, hasta pudo oír claramente como chocaban en las paredes internas.
-Seguro fue en la puerta-pensó- y se destapó hasta debajo de la nariz.
Se quedó oteando unos segundos al vacío, en dirección a la puerta; no habían haces de luz; o bien los disparos no habían sucedido allí, o tal vez era de noche, giró un poco la cabeza, orientándola hacia la zona de la ventana.
-Ah… era eso, es de noche- masculló serenamente. Y dejo caer la cabeza sobre la almohada, acechando con la mirada perdida al techo, a ese espacio sideral que antes culminaba en el cielorraso, y hoy simplemente era esa oquedad infinita.
-A las armas las carga el diablo- se dijo- y si el diablo anda ocupado, siempre habrá algún milico u otro infeliz que lo haga por él.
Volvió a acurrucarse y a dormir, era la mejor manera de fugarse de la realidad, de evadir  todas esas necesidades que sin darse cuenta fue eliminando metódicamente. Solo se mantenía con la idea fija de cumplir a rajatablas su cometido, su promesa de no moverse de allí. Y pasó otro día, y tal cual las necesidades físicas, fue también eliminando los restos del tiempo transcurrido, sea de noche, tarde o mañana, fue envolviéndose más en la confusión de los intervalos que componían cada ciclo del día, solo se guiaba por la luz que entraba al cuarto, y esta normalmente lo burlaba, por las inclemencias del clima, como permanecía continuamente nublado, daba la sensación de que oscurecía, o amanecía, entonces prefería volver a amodorrarse, a adormecerse, despojando así a su organismo de la sed, quitándose del vientre y la cabeza el hambre, y a su misma vida, despojándola del alma.
La lluvia, no cesaba un tracto de espacio mayor a los gritos, lamentos y corridas, nunca un periodo más largo que el que separaba a una detonación de una salva. El agua empezó a filtrarse y la humedad dibujaba humildes gotitas, que se unían y chorreaban caprichosamente por las gélidas paredes, en algunos lugares, ya se habían formado diminutos charquitos sobre el piso.
Los espasmos se hacían cada vez más espinosos, la tos parecía arrancarle pedazos de garganta, y las expectoraciones ensuciaban las sabanas, delineando lamparones carmesí, que regaban todo el lienzo, como si un artista estuviera  bosquejando un ciclamor en flor.
Se acurrucó, casi en estado fetal, bajo la colcha rociada por el relente incesante, su cuerpo desnudo advertía la presencia del agua ahora a flor de piel. Bajó unos centímetros el cobertor, apenas dejando libre los ojos, lo hacía en un trance netamente involuntario, para escrutar la luz que ingresaba del exterior, para verificar si era de día o de noche, para controlar el tiempo, para cerciorarse de que aun seguía lloviendo, o adivinar la hora sin la ayuda del trasnochado reloj, ahora senil; como si tuviera que cumplir algún horario, como si tuviera a donde ir.
Sin más que hacer volvió a cubrirse completamente, y se encontró a si mismo proyectando en la ceguera que le concedía su escudo, una página de aquel viejo tratado del Talmud, una recopilación de leyes de los judíos, específicamente en la del Babá Bathrá, la que se ajustaba a los derechos de propiedad, aquel párrafo decía algo así:
“Diez cosas fuertes han sido creadas en el mundo, una montaña es solida, pero el acero puede quebrarla, el acero es duro, pero el fuego puede fundirlo, el fuego es intenso, pero el agua puede extinguirlo, el agua es una gran fuerza, pero las nubes pueden arrastrarla, las nubes son poderosas, pero el viento puede despejarlas, el viento es fuerte, pero el cuerpo puede soportarlo, el cuerpo es vigoroso, pero el terror puede abatirlo, el terror es persistente, pero el vino puede neutralizarlo… y la muerte, la muerte es más fuerte que todo lo demás”.

-Sabios, malditos judíos sabios- murmuró.
Y dicho esto, en un rincón del cuarto la vio, no, no estaba loco, no era una treta de su imaginación, ella estaba ahí, con su cráneo blanco y encapuchado, el ángel oscuro de la guadaña enorme.
-Dios mío ¡existe!- y se apegó al espaldar de la cama- es tal cual la describen, llegó la muerte y esta vez viene por mí.
Siempre tuvo mucho temor a morir, pero no al acto de desaparecer, no era apego a la vida, que bastantes miserias le proporcionaba. Era miedo al dolor, a la forma en la que fuera a morir, el había visto tanto sufrimiento y tortura en las personas antes de fallecer, especialmente en su adorada cónyugue que realmente ese calvario era el que lo sumía en la aflicción. Pero algo le sorprendió en ese momento, hasta sus constantes dolores habían desaparecido, esta vez no sentía dolor alguno, esto le inyectó una sensación de resignación, y por qué no, también de valor.
-Y bien, aquí estoy- dijo en voz alta, mientras miraba la cara descarnada y los cuencos negros, donde debían estar los ojos de ese ser de inframundo, su sumergió por un instante en las aguas profundas y oscuras, de esa mirada vacía pero tenebrosa; cuando volvió a la superficie, ella se despedía, dándole la espalda y moviendo los dedos de su mano huesuda, por encima del hombro. Otra vez el sopor, otra vez se hundía en la nebulosidad acuosa de la negrura, y pudo experimentar aun consciente, que la respiración le fallaba; inhalaciones cortas, expiraciones discontinuas, le faltaba el aire.
-No se estaba despidiendo- pensó - me estaba llamando.
La respiración cesó por completo, en un último aliento; un segundo… dos…tres; tanteó el escabroso final, y cuando se disponía a abandonarse a la caída, volvió. Saltó sobre la cama, tosió con más fuerzas que antes, y en el ojo del remolino enmarañado que se formaba, intentó ordenar las ideas; no podía dejar de toser. Se lanzó de bruces contra la almohada, adosando una mancha mas a la mancillada blancura de la funda; entonces cesaron los carraspeos y recién comprendió lo que sucedía. Todo había sido un sueño.
-¡Mierda! Fue tan real- maldijo, mientras daba enormes bocanadas de aire húmido, como si estuviera saliendo del agua, después de haber soportado durante una eternidad la respiración.
-Lo tomaré como una premonición- razonó -aun no me toca.
Y se afianzó a la interpretación que le había dado a esa visión, creyéndola real, permitiéndose creer que su decisión era la correcta, como un hombre al borde de un precipicio, que en vez de retroceder, le ruega a Dios que no lo deje caer y sigue avanzando.
Y se volvió a dormir, cada vez lo hacía con más frecuencia, hasta la guerra allá afuera le resultaba extrínseca; solo la tos, ella tenía el poder de despabilarlo, ella fue la que lo obligó a abrir los ojos aquel día.
-Un nuevo día- dijo en voz baja, viendo por la cortina raída, la claridad inminente de lo que el supuso; era un amanecer. Y sintió frio, mucho frio, las lluvias sumadas a las ventiscas y la baja temperatura, no daban tregua, tampoco daba tregua la humedad, que se le tornaba insoportable, calándole los huesos, a modo de dientes caninos afilados que los roían. Y ahora se adosaba ese zumbido agudo en el tórax, cada vez que despertaba notaba más complejo, el arte de respirar.
Era una suma completa, la frazada prácticamente mojada, con la que llevaba cubriendo su cuerpo cuatro días, la falta de alimento y agua, los años que ahora se abalanzaban estrepitosamente encima de su humanidad, restándole las fuerzas, la tuberculosis, la pulmonía, que sin la ingesta de medicamentos, habían empeorado meteóricamente, y por supuesto la respiración que ya no era más que un resuello sonoro, si, era un arte, era el arte de respirar, pues la tos y la sangre se lo impedían continuamente, ya no le importaba ni el hambre, ni el frio, ni la sed, ni el entumecimiento del cuerpo, no, ahora tenía concentrada todas sus fuerzas, simplemente en el acto de jadear, proporcionándole algo de aire a los pulmones.
Respirar, ese suceso se argumentaba fácilmente, era simple, si era una cuestión de primera necesidad, seguir y vivir, sin mirar atrás, sin participar en nada, solo respirar. Se esforzaba por hacerlo con normalidad, despacio, para que la tos no surgiera nuevamente desde sus entrañas, que ya le dolían de tanto forzar las expulsiones.
A pesar de que aun entraba algo de luz, igual intento dormir, no tenía nada mejor que hacer, y en sus divagaciones pre oníricas, se vio asaltado por una imagen lejana, era en el año 2001, o tal vez 2002, no lo recordaba con certeza, era la entrega de los premios Oscar de la Academia de Cine de los Estados Unidos, en realidad no es que esta premiación le llamara la atención, ya que no es más que un premio a la suma de dinero con la que se cuente a la hora de llevar a cabo la producción, y no a la capacidad intelectual o artística de las personas. Sin embargo recordaba aquella vez con precisión, solo porque su finada esposa Margarita, lo había llamado a gritos, para que viera a una pequeña niñita de pelo dorado y ojos azules como un cielo sin nubes, y con un nombre muy particular, Dakota. Ella se prestaba a recibir un premio, no tendría más de seis o siete años, su corta estatura, no le permitía siquiera llegar a la altura del micrófono en el estrado, por lo que tuvo que ser levantada en andas por otro actor, que hacía las veces de conductor en la entrega, dijo muchas cosas, fue un discurso realmente extenso, que provocaba risas en todo el salón, y a ellos dos también, pero de todo lo que dijo aquella infanta, había algo que se le había quedado guardado como un tesoro, como una lección; y ese dia salía a la luz. Luego de agradecer amablemente el premio, se dirigió a los actores que formaban parte de la Academia y a sus padres, y les dijo:
-Gracias, a todos ustedes, gracias, han cumplido mi sueño, siempre he querido ser actriz, desde que era una niña.
Para ella ya había transcurrido toda una vida, a su corta edad, como esa especie de mariposa que espera pacientemente desde que es una oruga, e inmóvil crisálida, para salir un día a lucir su mejor traje, orgullosa de lo que es, y pasa la jornada libando flores, y poniendo huevos, que darán lugar a nuevas vidas, para así cumplir su corta existencia al final  del día, y morir orgullosa no solo de su belleza, si no de haber cumplido su misión, su tarea en la vida.
Contuvo la tos, que intentaba trepar el pecho, y ganarse un lugar en el gañote, hizo su mayor esfuerzo, pero le fue imposible,  la boca se le inundó de sangre, era un chorro realmente grande, que escapó de su boca como una regurgitación.
Aprovechó ese momento de paz, no había ruidos, ni tos, no había nada más que él y el silencio, él y su soledad, y vio pasar uno tras otro, distintos pasajes de su vida, los momentos felices y algunos no tanto, pero era una vida. Una vida que él cobardemente había postrado en esa cama, una vida sin vivirla, sin oxigeno ni sangre sana, un minúsculo universo insoportable en blanco y negro, atestado de miedo y desesperanza.
Sintió que el pecho le hervía, que debía rebelarse a su antigua decisión, intentó concentrar toda su energía en mover los pies, en intentar bajarlos al suelo, pero ya no era dueño de sus actos, ya ni las manos respondían a su auxilio, estaba muerto en vida, su viejo cuerpo, había sido abandonado hasta por el mas mínimo resquicio de voluntad, de fuerza propia. Si, ya era muy tarde para intentar levantarse e intentó un discurso, que le salió en un balbuceo, casi sordo, pero que él entendía.
-La única diferencia entre los que se salvan y los que claudican en el intento, era que los segundos, habían dado un mal paso, como Adán y Eva. Si, solo bastaba con uno. El camino al infierno está condicionado a esos pequeños tropezones- dijo esto y pensó- ya no me queda más que esperar, tal vez alguien venga por mí.
Un momento después caía vencido por el sueño. 
Era de día, seguramente las primeras horas de la mañana, un oficial del ejército, cansado de tocar y vociferar, ordenando que abrieran, pateó la puerta haciéndola batir de un tajo, contra la pared, saltó la cerradura, y un hedor nauseabundo lo abofeteó.
-Carajo, que asco- bramó, mientras retrocedía trastabillando- Ustedes dos, vengan acá- su voz rompía el aire como si fuera de cristal.
Llegaron a él dos sudorosos soldados rasos, todos mugrientos y con fusil en mano, recibieron la orden, y entraron cubriéndose la nariz con el pliegue del codo. Al salir le dieron el parte a su superior.
-Hay un hombre muerto señor, esta sin ropa, y parece que esta pudriéndose.
Habían pasado ya varios días desde que Don Carlos había dejado de respirar, y otros tantos desde que esa estúpida guerra civil había finalizado.

Si, por fin la guerra  había detenido su marcha nefasta, solo la guerra, el odio seguía, y ahora había más rencor comiendo los corazones. Pero era momento de parar, de llorar los muertos, de buscar los desaparecidos, había muchas cosas por las cuales preocuparse ahora, solo por ahora.